Hablemos sobre las personas, no sobre su discapacidad. Muchas veces hemos escuchado que la palabra tiene poder y nada más cierto cuando de inclusión se trata. Por medio de la palabra nacen los grandes proyectos y se ejecutan las ideas más brillantes, pero es la misma palabra la encargada de construir aquellas barreras impenetrables que no permiten el paso de la dignidad, el valor, la libertad, la autonomía y hasta de la propia vida.
Según Andrés Pinilla, docente investigador de la Pontificia Universidad Javeriana, especialista en educación inclusiva, “La palabra mal usada discrimina, relega, aparta, estigmatiza, genera estrés y crea conductas diferentes frente a las personas que son consideradas distintas.
El vocabulario inadecuado tiene el poder de disminuir, etiquetar y sobre todo, de bloquear cualquier proceso de transformación”. Por su parte Luisa Fernanda Berrocal, Líder de Movilización Social de la Fundación Saldarriaga Concha afirma “Cada ser humano es un mundo de habilidades, valores y sentimientos que lo identifican como único y que conforman su rol en la sociedad a la cual pertenece. Cuando ese ser humano vive con una discapacidad física o intelectual, enfrenta una serie de retos y necesidades que son producto de un entorno que excluye, pero que no tienen por qué llevarlo a perder su esencia. Por esta razón calificar a una persona con discapacidad utilizando términos en función de su condición, no solamente es obviar todo aquello que lo caracteriza, sino también, contribuir a que la exclusión siga haciendo mella en la vida de estas personas que, en el caso de Colombia ascienden a más de tres millones”.
Sin embargo, hay quienes piensan que este asunto del lenguaje incluyente es un tema exclusivo de las personas con discapacidad y su círculo más cercano. No obstante, continuamente y de manera inconsciente, utilizamos términos que disminuyen, que califican, que rotulan y que nombran las características físicas o intelectuales antes que a la persona. Aunque suene increíble para muchos, expresiones tan cotidianas como viejito, reinita, cieguito, mudita, minusválido, discapacitado o invidente, entre otras, causan una percepción errónea, negativa o diferente de la persona, ubicándola dentro de un esquema del que le costará bastante trabajo escapar.
Para Andrés Pinilla, “Este tipo de conductas suelen ser producto del desconocimiento, la buena voluntad, el deseo de ayudar, de ser más considerados y de dar un trato especial, olvidándonos de que no hablamos con una característica sino con una persona que antes de un tratamiento exclusivo, pide una actitud de inclusión”.
Un asunto de todos
En una sociedad que lucha por ser cada vez más incluyente, el lenguaje correcto debe ser asunto de todos. Debemos esforzarnos y aprender a mirar a la persona para dejar de referirnos a la discapacidad. Evitar herir, menospreciar, minimizar o etiquetar deberá ser la consigna de quienes quieren un mundo igualitario, sin fronteras, sin distinciones, ni diferencias.
Para la Líder de Movilización de la Fundación, “Cualquiera que sea su rol o labor en la sociedad, cualquier ciudadano tiene el poder de cambiar imaginarios sociales, transformar realidades y puede contribuir a que las personas con discapacidad puedan disfrutar de los derechos reconocidos en la Constitución y en la Convención de la ONU. Por eso recuerde que estas personas no son discapacitadas y que como dice la periodista brasileña y experta en inclusión, Claudia Werneck, hacen parte de ‘nuestro todos’”.
Recuerde que:
· La discapacidad de una persona no tiene por qué ser objeto de adjetivos que refuercen el rechazo u otros valores excluyentes.
· Rotular como ‘anormal’ a una persona con discapacidad es incorrecto. La comparación entre ‘normal’ y ‘anormal’ no tiene cabida cuando se habla de discapacidad.
· La discapacidad no es una enfermedad. Por ello no es adecuado referirse a ellas como ‘pacientes’ o ‘víctimas de’. Lo correcto es citarlas como ‘personas con discapacidad (física, visual, etc.)’, a menos que se hable en el contexto de la relación entre un médico y su ‘paciente’.
· Hoy en día y según la ONU, la discapacidad se considera como un hecho social y resulta de la interacción entre las personas con deficiencias y las barreras debidas a la actitud y al entorno, que evitan su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás.
Palabras que derriban barreras
La capacidad es definida como “el conjunto de condiciones cualidades o aptitudes que permiten el desarrollo de algo, el cumplimiento de la función, el desempeño de un cargo, etc.”, lo que significa que cada persona puede tener distintas capacidades, lo que conlleva a que nadie puede ser considerado como discapacitado.
Este claro ejemplo nos lleva a entender algunas claves para el uso del lenguaje correcto. Así en lugar de decir discapacitado, nos referiremos a una persona con discapacidad, o si se trata de un defecto de nacimiento, hablaremos de una discapacidad congénita. A una persona de talla baja no le debemos decir enano, ni tampoco referirnos a una persona con discapacidad sensorial como el cieguito o invidente, o sordomudo.
Las personas con baja visión se sentirán excluidas si les decimos semividentes y las personas con discapacidad física no son ni inválidas, ni minusválidas, ni mucho menos lisiadas, paralíticas o tullidas. Tampoco Las personas usuarias de sillas de ruedas están “confinadas” a ellas. Las personas con amputación no es mutilada ni quien tiene movilidad reducida es cojo.
Aquella persona con discapacidad cognitiva empezará a sentirse mejor cuando dejemos de llamarlo retardado mental, enfermo mental, bobo, tonto o mongólico y quien tiene una discapacidad psicosocial no es un neurótico ni esquizofrénico. Las personas experimentan o tienen, no son víctimas de, no están aquejas por, no padecen ni sufren de.
De otro lado, es importante tener en cuenta el contexto para darle un buen uso a la palabra. Betty Roncancio, directora de la liga Colombiana de autismo y quien lidera la campaña social #YoTeRespeto “conoce y no contribuyas al mal uso de la palabra autismo”, busca sensibilizar a la población sobre el impacto que genera el mal uso de esta palabra que excluye y segrega.
“Hoy en día es más común que las personas se refieran a la palabra autismo o autista como un sinónimo de algo despectivo, es decir, para expresarse de alguien que tiene malos comportamientos, que no escucha, no entiende, no se comunica, es agresivo o es retraído.” De esta forma es importante saber usar las diferentes palabras para no contribuir al desconocimiento. “El autismo es un trastorno generalizado del desarrollo que afecta la comunicación, las relaciones sociales y el comportamiento en una persona, no es una palabra para ser usada en contextos fuera de este”, concluye Roncancio.
#EnModoIn: Una campaña por la inclusión
Sin lugar a dudas hacer uso del lenguaje correcto es una clara muestra de inclusión y esta es precisamente una de las propuestas que hacen parte de la campaña #EnModoIn, una iniciativa de la Fundación Saldarriaga Concha creada con el propósito de hacer de Colombia un mejor país, en el que la participación de todos los ciudadanos garantice un proceso de cambio hacia una cultura que acoja a personas sin distinción de edad, credo, raza, género y condición física o cognitiva.
Invitamos a todos los colombianos a unirse a la campaña #EnModoIN, de la que hará parte todo aquel actor social que sea INcluyente, INnovador, INventor, INvestigador, INformador de propuestas y gestos de inclusión; todo aquel que se sensibilice y se comprometa a construir un país para todos.
Este ambicioso proyecto de inclusión que busca generar conciencia en todos los colombianos, incluye distintas acciones de movilización urbana, y en medios tradicionales y digitales, que invitan a la ciudadanía a participar activamente, todas ellas orientadas a otorgar mayor visibilidad de las poblaciones vulnerables y con discapacidad, dirigiendo el radar hacia acciones que hagan frente a las situaciones de exclusión que viven a diario.